Emmanuel Macron aterrizó este miércoles en China en una visita de Estado de tres días, acompañado por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. El presidente francés pretende tranquilizar a Pekín en cuanto a la apertura del mercado europeo a las exportaciones, a cambio de una mínima cooperación en la guerra de Ucrania.
“Hallar un espacio para poder plantear iniciativas, crear un camino para identificar una solución a esta guerra a mediano plazo”… La obsesión del jefe del Elíseo no ha cambiado. Siempre adepto del “diálogo exigente”, Macron pretende aprovechar su visita al gigante asiático, para conservar un sitio central en la solución del conflicto ucraniano.
Desde la agresión rusa en febrero de 2022, Ucrania se ha convertido en el epicentro de la transformación de las relaciones internacionales, dominadas por el triángulo Washington-Pekín-Moscú. Con el impulso del presidente chino Xi Jinping, China –1400 millones de habitantes, 18% del PBI mundial y un presupuesto de defensa que aumentará en 7,2% este año– se prepara para ese combate.
Su objetivo: una China menos dependiente del resto del mundo, y el resto del mundo más dependiente de China. En este “momento de fuertes tensiones”, Macron quiere convencer a Xi de unir fuerzas para “hacer avanzar la paz”, un deseo ya formulado por el presidente francés en noviembre de 2022, en Bali, durante una reunión con su homólogo chino al margen de la cumbre del G-20. Cuatro meses después, el frente común antioccidental ilustrado recientemente por la visita de Xi a Moscú alejó esa perspectiva
“Esa visita dejó en claro el apoyo político, diplomático y económico de China a Rusia, convirtiendo la esperanza de una mediación china en totalmente ilusoria”, analiza Antoine Bondaz, experto en la Fundación para la Investigación Estratégica. “La política china no tiene interés en poner fin a la guerra, sino en volver a barajar los naipes del orden internacional en su beneficio”, agrega.
Pero el endurecimiento chino no impide a los europeos que sigan apostando por Pekín. Esta vez se trata más modestamente de convencer a Xi de no aumentar su ayuda a Vladimir Putin, librándole armas. Y de hacer presión sobre Moscú para que renuncie a la eventual utilización de armas nucleares, bacteriológicas y químicas, antes de terminar sentándose a la mesa de negociación.
China siempre se opuso a la utilización del arma nuclear y a su instalación fuera del territorio nacional. El arsenal nuclear chino sigue, sin embargo, extendiéndose y podría alcanzar 1000 ojivas de aquí a 2030 (contra más de 400 en la actualidad).
En todo caso, la evolución de relaciones chino-rusas pone en tensión el software estratégico europeo. Macron y Von der Leyen temen que Europa se vea arrastrada a una confrontación entre China y Estados Unidos. Al mismo tiempo, les resulta imposible ignorar las consecuencias de ese estrechamiento para la seguridad europea, en África, en Medio Oriente y en la región indo-pacífica, donde Pekín ejerce una presión directa e indirecta.
Pero el margen de maniobra es estrecho. Macron pretende presentarse como el “portador de una posición europea”, una ambición simbolizada por la presencia de Von der Leyen, con el objetivo de contrabalancear el desordenado desfile de líderes europeos en Pekín: Olaf Scholz y Pedro Sánchez los precedieron, Giorgia Meloni los sucederá.
La situación económica
Mucho menos diplomática que el presidente francés, Von der Leyen planteó los términos del diálogo que los 27 pueden iniciar con China advirtiendo que “la forma en que Pekín actuará” ante la guerra en Ucrania será “un factor determinante para el futuro”. Pero también tendió la mano, asegurando que “Europa no tiene interés en disociarse de China”.
En estos tres días, Macron podrá argumentar sobre todo que una confrontación sino-europea no beneficiaría al poder chino: el país enfrenta numerosas dificultades económicas. Por esa razón, Pekín, que alimenta la ambición de formar parte antes de 2025 de los países “de alto ingreso” –según la clasificación del Banco Mundial–, necesita imperativamente conservar el acceso a los mercados de los países desarrollados.
Para Stéphane Monier, director de inversiones del banco Lombard Odier, “China camina sobre el filo de la navaja. Ahora se beneficia con la compra de materias primas rusas a precios ridículamente bajos, pero si proveyera armas a Moscú se expondría a duras sanciones occidentales. Sería complicado para nosotros, pero todavía peor para ellos, pues China sigue siendo una plataforma consagrada a la exportación”.
Después de Estados Unidos, China es el segundo socio comercial de Europa. Ambas economías intercambiaron 795.000 millones de euros en bienes y servicios en 2021.
“Entre sus aspiraciones geopolíticas y el crecimiento, Pekín escogerá siempre su economía. Pues es la base de su legitimidad”, dice Monier.
En 20 años, el poder chino sacó de la pobreza a 400 millones de chinos para integrarlos a la clase media. Aceptar hoy una tasa de crecimiento demasiado débil le resultaría simplemente imposible.